ORGANIZACIÓN DE LAS ACTUACIONES PARA LA PREVENCIÓN DE CONFLICTOS
1. Planificación del proceso de mediación
Todo proceso de mediación se caracteriza por el encuentro entre personas que mantienen algún tipo de conflicto. Este encuentro es facilitado por la persona mediadora, quien será la encargada de favorecer y generar unas condiciones personales y ambientales adecuadas, de modo que se pueda desarrollar un espacio comunicativo donde prime el diálogo racional y coherente entre las personas intervinientes.
La correcta planificación de la intervención y el fomento de la convivencia cívica son acciones consideradas altamente efectivas, y ambas forman parte de la mediación, que ha demostrado ser un método eficaz para la resolución de conflictos. La mediación, como decimos, requiere planificación, pero es que además es la unidad más concreta y específica de una acción de intervención que persiga metas a corto y medio plazo.
Las acciones deben estar orientadas al respeto y reconocimiento de la diversidad cultural, de modo que se facilite que las personas entiendan sus propios puntos de vista y los de los otros como puntos que acercan y no como distancias insalvables. Las personas integrantes de este proceso percibirán semejanzas y diferencias con otros grupos, pero acabarán sintiéndose parte de un conjunto global con la ayuda de la persona mediadora. Las acciones de esta última se dirigen siempre a crear un clima comunicativo donde predominen la tolerancia, la búsqueda del bien común y, finalmente, el compromiso personal y social.
CARACTERÍSTICAS DEL PROCESO DE MEDIACIÓN:
La persona mediadora formará parte de un equipo multidisciplinar, trabajando con personas de áreas a fines como trabajo social, educación social, psicología, pedagogía etc. Cualquiera de estos puede liderar el proceso de mediación, incluido el/la técnico/a de integración social.
Desde la perspectiva social y comunitaria, la PARTICIPACIÓN puede ser de muchos tipos, activa o pasiva, espontánea u organizada, continuada o temporal...pero no podemos olvidar que aparte de su valor instrumental (fomenta el desarrollo personal y ciertas habilidades) tiene un valor en sí, un valor final o finalista que se entiende como el beneficio conjunto de la participación colectiva en su generación de poder colectivo y cohesión social. Desde este punto de vista, todas las personas son consideradas agentes sociales activos. Las personas toman el protagonismo en la esfera social y dirigirán el cambio. Actualmente a esto se le llama "actitud proactiva" pues no solo participa sino que se hace responsable de su conducta, de lo que sucede o sucederá, y podrá reaccionar ante diferentes circunstancias.
La persona mediadora siempre favorecerá la participación activa partiendo de los siguientes principios: voluntariedad, responsabilidad y cooperación.
Un aspecto que siempre acompaña a la participación es la motivación. La motivación se manifiesta a través de la actitud de las personas. Cuando algo inesperado sucede, la actitud ante el hecho demuestra la capacidad de las personas para superarlo o afrontarlo. En general, se considera que una actitud es positiva cuando se fundamenta en la igualdad y la tolerancia, y se ejercita la paciencia para/con los demás. Una actitud negativa sería aquella que permite que una conducta antisocial se torne la base de relaciones desprovistas de cualquier tipo de virtud, destinadas a terminar mal.
Vemos a continuación las fases del proceso de mediación.